La elección de un nuevo presidente, en mayo de 2020, despierta algunas esperanzas tras años de represión de los profesionales de la información, que comenzó con el intento de golpe de Estado de 2015 y llevó al exilio a más de un centenar de periodistas, además de paralizar muchos medios. La liberación a finales del año de los cuatro periodistas de Iwacu, el mayor grupo de prensa independiente del país, tras más de un año de detención arbitraria, así como la solicitud del presidente al organismo regulador de "arreglar las diferencias" con los medios sancionados, dejan entrever un horizonte mejor. Estas primeras señales alentadoras deberán verse confirmadas por acciones contundentes, en particular en lo que se refiere a los periodistas exiliados o a las fuerzas de seguridad y milicias que apoyan al régimen, que se han acostumbrado a intimidar y agredir a los periodistas burundeses. La crisis es profunda, ya que durante más de cinco años el discurso público señalaba como enemigos de la nación a los medios no alineados. Se organizaban regularmente sesiones de “instrucción moral” para que los periodistas siguieran la línea del régimen, en ocasiones impartidas por el propio presidente, y en las que estaban prohibidos los bolígrafos, los micrófonos y las cámaras. El paisaje mediático se había cerrado, sobre todo con la suspensión y prohibición de dos grandes radios internacionales (VOA y la BBC) y porque las acreditaciones a los periodistas extranjeros se concedían con cuentagotas. En este contexto, el miedo, la resignación y la autocensura invadieron durante mucho tiempo las redacciones. Por si fuera poco, sigue sin llevarse a cabo ninguna investigación seria por la desaparición del reportero Jean Bigirimana en julio de 2016.
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