En Marruecos, Le Journal Hebdomadaire publica todos los meses la carta abierta de una personalidad, dirigida al periodista Alí Lmrabet, condenado a tres años de cárcel por "desacato a la persona del rey". Christine Daure-Serfaty, militante de los derechos humanos, es la primera en escribirle.
Mi querido Alí, te escribo porque no puedo verte ni hablarte. Y te escribo una carta abierta porque no estoy segura de que te llegue mi correo; y ya sabes que cuando Abraham estaba en la cárcel yo no quería poner a las familias en peligro, confiándoles mis mensajes.
Así, en octubre de 2003, reanudo mis relaciones con los detenidos políticos en Marruecos. Porque tu, Alí, eres un detenido político, como lo son algunos detenidos islamistas; como lo eran, en otro tiempo, Abraham y sus camaradas de la cárcel de Kenitra; y como tantos otros en otras partes, de Tánger a Marrakech, lo eran en los años negros.
En el extranjero no nos engañamos; este verano, todos me preguntaban: "¿Vienes de Marruecos? ¿Sigue encarcelado ese periodista?", cuestionando mi afirmación: "Si, las cosas han cambiado en Marruecos desde hace cuatro años..."
Ciertamente sí, han cambiado: yo estoy aquí, Abraham también, yo puedo dirigirme a ti a través de la prensa. Pero no todo, desgraciadamente, no todo lo que esperábamos y nos parecía tan evidente en un proceso democrático. No la libertad de expresión...
También esperábamos que se suprimiera la pena de muerte, la que hoy afecta a los terroristas condenados y que, sin embargo, cualquier que sea el crimen cometido, no pertenece a la justicia de los hombres; que se reemplazara la lesa majestad por la difamación; que disminuyera el número de objetos sagrados que abarrotan el espacio marroquí; y, ante todo, las piedras de los palacios que tanto nos hicieron reír; que vomiten los ladrones, los corruptores, los traficantes de todo tipo. Eso era lo que esperábamos ¿no es cierto?
Lo más difícil, lo sé, va a necesitar tiempo, pero no la renuncia ni el olvido: permitir al pueblo de los campos, las ciudades y los suburbios que pueda vivir, alimentarse, curarse, estar escolarizado, conocer finalmente la justicia social y encontrar así su dignidad.
Por todo eso es por lo que luchamos tanto: por eso continuamos luchando.
Esta carta es un comienzo; cada mes te escribiremos otras, por amistad, por solidaridad o para informarte de las preocupaciones de este país y del mundo.
Aunque esto tenga que durar 36 meses...
Christine Daure-Serfaty
Militante de los derechos humanos