Reporteros sin Fronteras apoya a los periodistas eritreos víctimas de las oleadas represivas contra los defensores de la libertad de expresión

Desde hace varios años, Reporteros sin Fronteras apoya a los periodistas eritreos obligados a huir de la violenta represión que se cierne sobre ellos. Salam Al-Eritri está hoy refugiado en Etiopía. Aquí cuenta el drama de ser periodista en Eritrea. Asmara, capital del silencio y no man’s land de la libertad de prensa… La descripción está apenas forzada. Las cifras dan escalofrío: las cárceles del país encierran a más periodistas que todo el resto de Africa. Al menos 13 de ellos son presos de larga duración. Después de China, Cuba y Birmania, Eritrea es la mayor cárcel de periodistas del mundo. Para el régimen establecido cualquier cosa puede ser una excusa para encerrar a algunos profesionales de la prensa, que aparentemente son una calaña dedicada a crear problemas. « Cualquier periodista que se niegue a estar a las órdenes del poder, y que se atreva a dar su opinión, acaba en una cárcel de la que nadie conoce el emplazamiento », atestigua Salam Al- Eritri, que debe su salud una salida precipitada del país. Cinco años de televisión en el canal público Eri TV, un despido de castigo por « disidencia » y se pone en marcha la maquinaria represiva contra quien iba a convertirse en objeto de una enconada búsqueda de las autoridades ; ahora relata la película de su trayectoria : «Abandoné todo para salvar mi vida». "Es la tortura cotidiana y la muerte" Salam Al-Eritri vive hoy en Etiopía, tras escapar por los pelos a un secuestro orquestado por agentes de la embajada eritrea en Riad (Arabia Saudita), donde se instaló primero a finales de 1997. Las autoridades de su país están familiarizadas con el procedimiento, y el periodista no se hace ilusiones sobre la suerte que le esperaba si el rapto se hubiera llevado a cabo: « Era la tortura cotidiana y la muerte », asegura antes de evocar el destino de cuatro compañeros que no han tenido la misma suerte que él. Tras varios años detenidos, entregaron sus restos a las familias sin ninguna explicación. « No me atrevo a imaginar las sevicias que debieron infligirles », confía su colega Berekhet G., periodista eritreo que lleva la cuenta de los amigos periodistas que han muerto en la cárcel, o de los que no se tienen noticias desde que cayeron en las garras de los servicios de seguridad del país. Los testimonios de Salam y Berekhet son un eco del drama vivido por la decena de miles de eritreos que, según estimaciones de Naciones Unidas, abandonan ilegalmente el país cada año. Mientras los permisos para salir son cada vez más escasos –solo los hombres de más de 54 años, y las mujeres de más de 47 pueden pedir la autorización- los guardias fronterizos eritreos se encargan de cazar con balas reales a quienes las autoridades califican de « traidores » y « fugitivos ». Llamamiento de ayuda Más allá de la espesa capa de plomo que en el país afecta indistintamente a opositores, abogados y periodistas, muchas organizaciones de defensa de los derechos humanos, a semejanza de Reporteros sin Fronteras, no han cesado de señalar directamente con el dedo a ese Estado « ultrarrepresivo ». Reporteros sin Fronteras denuncia "la caza a los periodistas", que se ha convertido en el principal marchamo de fábrica del gobierno de Asmara. Intensifica la ayuda económica y material a los periodistas eritreos en el exilio. Desde 2007 hemos tenido que acudir en ayuda de unos 16 periodistas, refugiados en el vecino Sudán o en Etiopía: campañas de movilización, alertas y también consejos jurídicos y administrativos. Mientras que en Asmara un partido único ultranacionalista exhibe las secuencias de su trabajo inquisitorial con la prensa, Salam Al-Eritri, G. y otros luchan diariamente contra la adversidad y las obligaciones de un alejamiento involuntario: « Puede pasarnos cualquier cosa no importa cuando», resumen en un llamamiento, dirigido recientemente a Reporteros sin Fronteras, en el que solicitaban el apoyo de la organización. En Sudán, la caza prosigue insidiosamente: secuaces del régimen eritreo recorren Jartum para encontrar el rastro de quienes son considerados traidores a su país, y llevárselos. El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados no se equivocaba cuando recomendó, por evidentes razones de seguridad, no devolver a los ciudadanos eritreos a Asmara, ni siquiera en el caso de que se rechace su solicitud de asilo.
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Updated on 25.01.2016