Filipinas

“El que sean periodistas no los librará de ser asesinados si son unos hijos de puta. La libertad expresión no podrá hacer nada por ustedes, queridos". Ese mensaje sibilino que el presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, pronunció el día de su investidura fue una funesta advertencia: cuatro periodistas filipinos fueron asesinados en 2020, presuntamente por secuaces al servicio de los caciques locales, que hicieron callar a los reporteros con total impunidad. Por otro lado, en diciembre de 2019 finalmente fueron condenados a cadena perpetua los responsables de la mayor masacre de periodistas en el país, perpetrada en 2009 en Mindanao. Hubo que esperar más de diez años para que ciertos miembros del clan Ampatuan rindieran cuentas ante la justicia, aunque otros implicados en esta matanza siguen todavía en libertad. El gobierno emplea diversos medios para presionar a los periodistas que se atreven a adoptar un tono ‘demasiado’ crítico con la política expeditiva del “Punisher” (Duterte) y su “guerra contra la droga”. Tras los procesos legales emprendidos contra Daily Filipinas Inquirer, el activo presidente y su equipo iniciaron una grotesca campaña de acoso judicial contra el portal informativo Rappler y su fundadora, Maria Ressa. Contra ella se han dictado al menos diez órdenes de arresto por cargos a cuál más fantasioso. En el verano de 2020, el Parlamento, que en buena parte está a favor del presidente Duterte, se negó a renovar la licencia de ABS-CBN, el mayor grupo de radio y televisión del país, privando a millones de filipinos de información pública totalmente crucial durante una pandemia. A ello se suman las campañas de acoso en línea orquestadas por ejércitos de trolls a sueldo de Duterte, que también han atacado a sitios web de noticias alternativos y al Sindicato Nacional de Periodistas de Filipinas (NUJP, por sus siglas en inglés) para bloquearlos.  El año 2020 también ha sido testigo del resurgimiento del “etiquetado rojo” o “catalogación comunista”: esta práctica, típicamente filipina y heredada de la Guerra Fría, consiste en estigmatizar a los periodistas que no siguen la línea del gobierno filipino y equivale a señalárselos a la policía como un objetivo legítimo de arresto arbitrario o, peor aún, de ejecución sumaria. En respuesta a estas agresiones, la prensa independiente de Filipinas se ha unido en torno a un lema de resistencia: “Manténganse en la línea” (“Hold the line”).